CAPíTULO VI: CADA SER HUMANO NO "ES" DOS SERES HUMANOS



En el cuerpo y en la médula de la mandíbula se alojan muchas veces los "hermanos" no deseados de muchos ciudadanos. Suelen permanecer ahí, silenciosamente, hasta que su mayoría de edad les permite dirigirse por sus propios medios a las oficinas corporales de adjudicación. En ellas, una vez comprobada su utilidad, se les conceden destinos clandestinos, que deberán cubrir de por vida en zonas del cuerpo más discretas, como las axilas, los barros, las "centellas" y los aleros auditivos. Su existencia no es triste. Teñida por el honor, les asegura una euforia estable y unas cuantas horas de sueño. También les facilita acceso permanente a vestuario ceremonial y, en consecuencia, abre caminos de superación para esos hermanos menores, esos frutos de uno mismo que nunca nadie quiso conocer. Mientras tanto, el ciudadano engendrador puede desarrollar su vida privada, a condición de que tenga espacio suficiente para ello. Es entonces cuando adquiere el conocimiento de que un ser humano no "es" dos seres humanos. A continuación, sus brazos sufren un prolongamiento imperceptible (alrededor de 2 cm.) y pasan a elaborar un nuevo concepto mental que, una vez arraigado en el carácter, altera definitivamente su personalidad. Dicha alteración, consagrada íntegramente a los profundos espasmos de la vida cotidiana, contiene, como se ha podido demostrar, pequeñas cantidades de amoníaco, fragmentos de astillas de vidrio coloreado y los propios retratos miniaturizados de dichos ciudadanos. Indefectiblemente, reconocerse en su alteración les permite vencer el deseo de arrancarse violentamente la mandíbula con sus propias manos. Una nueva vida comienza entonces para muchos de ellos, encumbrados, sin haber podido preverlo, a los más altos tetraedros de la vida urbana. Descolgados, definitivamente, de la vida escénica rural, avanzan embutidos en minúsculos protectores blindados. A partir de ese momento, se les conoce por "los sibaritas del montacargas" y ganan fuertes sumas tropezando en las aceras y resbalando en la humedad. Sus familias responden con la circunspección que se espera de ellas: flores en el pelo, guantes de seis dedos para resaltar su nueva situación, modismos del lenguaje, mayor número de ojos y una actitud displicente hacia todo aquello que pueda alegrar su existencia: miedo, valentía, cobardía, valor y productos etiquetados donde se especifique claramente la composición, la duración y el alcance. La configuración general ya nos indica algunos datos concretos: no hay opción de retorno. No hay conciencia de que no hay opción de retorno. No hay ningún órgano generador de la falta de conciencia de que no hay retorno.




CAPíTULO VII: LAS MADERAS PINTADAS

Llegaron los humildes hombres presuntuosos. Llegaron aquellos que se creían los más estúpidos. Se comportaban inteligentemente. Eran los falsos pobres-ave, comedores de poco dinero, ajenos por completo a su identidad y a su semejanza. Afianzaban su diferencia sin transmitirla, sólo esperando que los otros fueran iguales entre sí. Elevaron descensos en locales adecuados, proclamaron su sencillez agarrados a las viejas maldiciones del otro lado del mar, ignoraron lo que desconocían y lo desconocido fue extraño. De su juventud hicieron "ramos", "floreros" y unos extraños candelabros donde el hierro se fundía y la cera tomaba la forma del hierro. Usaban pocas palabras. Poco argot. Pocos sueños y una extraña nostalgia por los viajes no programados de geografía política y rutas físicas para la alteración de la conciencia. Podían hablar durante horas sobre un "perro" de madera o sobre lo humano de los perros, pero no había la menor posibilidad de relación. Entre una camiseta de tirantes y tiras elásticas de anudar el cabello, "dormitaba" la diferencia. Permiso para conducir coches baratos. Coches baratos para conducir cajas registradoras. Un gran espíritu de barrio. Fundaron, de hecho, un falso barrio. Una falsa conciencia basada en "persianas", "gatos", "alcohol" ajeno; todos con su hermana líbido desconocida, para luego decir: "siento", "sufro", luego: "desconfío". Mírame, decían, porque yo no te veo. No me mires, añadían, porque sino no te veo; soy el pequeño carrete de mis progenitores, abandonado en la calle cerrada por mí; soy el que prepara la sucesión exacta de lo mismo, aunque con una gran experiencia en el gasto del "dinero", del poder; del "control" de la falta de deseo. ¡Cuánto creyeron en ropa gastada o nueva, en aliento generoso, en complicidad de corriente eléctrica que, accionando los nervios, hacía hablar!! ¿En qué habían podido perder el tiempo? (Nadie lo sabe). Todo el mundo lo sabe y ellos lo recuerdan perfectamente. Por éso se miran al espejo. Primero de perfil. Luego de frente. Desde su llegada, las noches no resuenan con ecos de tacones en las paredes de los callejones, no "suben" cangrejos de personas a los bordillos hablados. Nadie impone su música. No hemos vuelto a descubrir últimas horas y faltan voces. Algunas voces faltan. Es el completo aislamiento. Una popularidad basada en el comercio. Cambiaron los vendedores de sellos adictivos. Apenas lucieron un momento los brillos de los ojos distintos, porque muchos querían cambiar, dejar de una vez lo nuevo, caber en un sólo cerebro y compartir el resto entre unos pocos, dándose tiempo, recogiendo los pétalos que ellos mismos echaban al suelo. Así levantaron aquello que ahora conocemos como el pasado, tamizado por su eslogan: Vuelvan a empezar. Nosotros queremos verlo. Duerman en mi sueño, no soy muchos, pero somos tres. Tres uñas de un gato que no conocemos. No damos nada nuestro y no queremos que nadie nos de lo que no tenemos. En este asunto, sólo hay dos lados. Y nosotros estamos del bueno.





CAPíTULO VIII: NAVEGACIóN Y PLACER.

Al detectar colecciones de hortalizas en los bolsillos superiores de muchos "increibles" sombreros, emprendemos "sabias" campañas encaminadas a la consecución de objetivos no demasiado "ligeros". Visto así, no deja de ser sencillo el trabajo de los espalderos. Conchas abandonadas alfombran los camarotes, y las calles, engalanadas con fibra de vidrio, "reciben" a los cazadores. Atusándose la barba llegan éstos a la pequeña plaza octogonal de la que parte un estrecho túnel por el que fluye un canal. Las mujeres, que "son" muy delgadas, preparan sus bigotes postizos mientras se deja via libre a los caracoles, previamente numerados. En las mentes de estos moluscos caben alrededor de 2.250 "preguntas". Mientras tanto, ataviados con dedales escrupulosamente adquiridos, los detentadores de boletos de seguridad manosean a los niños en una danza coherente que encierra puntos de vista urbanos y caminos desconocidos hacia el origen de la espiral del cerebro. Allí se alojan las respuestas que precisan los caracoles para acceder al punto de partida, desde el que emprenderán, sin excepción, sus "respectivos" recorridos. Se han restablecido las corrientes marinas para facilitar la tarea de los tejedores de espaldas. Sólo falta que se personen los verdaderos participantes en el juego: imponentes navíos de gran tonelaje, pintados de rojo y blanco, que sonríen con frialdad a la masa enfebrecida, a lo que ésta responde con miradas de soslayo, recientemente homologadas. Las horas resbalan entre los dedales ceremoniales y las voces van aumentando de intensidad a medida que "avanzan" las estrellas por el firmamento lineal. Se cubre de escarcha el cubrecamas tejido con piel de legumbre, se levanta la niebla, se reparten equitativamente los distintivos oficiosos. Es momento de agitar limpios pañuelos sujetos a las orejas con clips de metal y dejar caer por las comisuras de los labios hilillos de baba sintética. Recogedores sistemáticos de líquidos internos se apresurarán con las bandejas desechables: muchos han pagado con algún miembro de sus familias por el privilegio de desempeñar esa tarea. Amplias viseras ensombrecen el entorno inmediato de los cerebros. La multitud, que se encuentra a más de un quilómetro de distancia, apenas lo advierte. No da más que para ver los flecos viscosos del Gran Sombrero Semi-Gótico y colgarse de ellos, que es como colgarse de Dios. Durante los abundantes silencios de que se compone el día, cantamos: Como el lápiz, como el cubo. Como todas las estrellas perezosas. Como el líquido amargo que no presagia tormenta, da comienzo la afrenta. Comemos en la misma mesa que el hígado visible de la comunidad. Trabajamos con tesón para jerarquizar los calcetines distintivos y, alcanzada la familiaridad, departimos en el refugio de cristal tintado, dejando que la luz lluviosa taladre la sombra con haces de color indeterminado. Llenando la boca de palabras y los oídos de respuestas. Es necesario encontrar la juventud estable del mobiliario, la mutabilidad del suelo, el empleo de la tierra para gatos en el rellenado de ceniceros. Subyugados por intensas ráfagas de trabajo mental, cruzamos las piernas alternativamente para conseguir la presión necesaria en los testículos, respetando con meticulosidad los turnos de palabras.




CAPíTULO IX: LAS MáS SORPRENDENTES COCINAS

El ser humano, cuya naturaleza es acuosa, consiente con frecuencia que en él se den aires secos o terrosos y fuegos de baja intensidad de los que se usan para simular cerillas. En los armarios personales de sus sobredimensionados almacenes, altera intencionadamente algunos de los más substanciales tejidos de su existencia, aprendiendo así a identificarse, fotografiarse y "taladrar" su personalidad. Es hermoso encontrarle, en "grupos" o individualmente, entregado a la tarea de redistribuir el contenido bruto del planeta. Su entusiasmo es contagioso, como casi todo lo que acompaña pacientemente a esa envidiable disposición. El ser humano, autor de libros memorables para consumo exclusivo de los árboles, ha trazado en su existencia un camino bordeado por estatuas cuya factura, aún variando según las propias "tendencias" expresivas de la especie, denota una clara voluntad de diferenciación con respecto a la inercia mecánica planetaria, al mismo tiempo que un temperamental acercamiento a sus materiales. De otra parte, el clásico sometimiento del ser humano a las leyes físicas le ha llevado a esforzarse por conocerlas detalladamente, para así poder simular su vulneración sistemática. El magnífico "espectáculo" de su historia es otro de los aspectos diferenciadores de tan singular especie. La sed inaplazable de su vesícula puede dar fe de ello. Así, el ser humano, equipado con magníficos frenos desde su nacimiento, insufla aire en el fuego para hacer vidrio de la arena (ha sabido, sin duda, superar con "habilidad" las dificultades naturales para embarcarse en una bella narración muda donde cada personaje puede ser anulado por el estentóreo grito de los pies de todos los personajes juntos). Pero es bien cierto que, en su difícil trayecto a través de las aguas, esta especie ha debido sacrificar cosas tremendas, desde los álitros almizcleros, tan útiles, o las perlas de palmera, hasta los hijos concebidos con el concurso de otras especies. Admirable, su existencia mineral. Inocua, su capacidad consultiva. Exuberante, su variado lenguaje gestual que le convierte en el interlocutor ideal de las especies vegetales en extinción. Nada sería lo mismo sin el ser humano, y este tratado difícilmente podría haber sido escrito en estos términos sin la existencia orgullosa de esta especie, tan capacitada para la vergüenza.




CAPíTULO X: EL OBSTáCULO FLUíDO

En los últimos "años" se ha trabajado sobre las respectivas densidades del aire especializado para la transmisión, es "decir", la dificultad general para que esos "rincones" mentales que llamamos nudos de valor, sean infieles a nuestra "forzada" presurización. Así, nos enfrentamos con indiferencia a los mismos asuntos de hace muy poco tiempo, cuando la "humanidad" acababa de nacer, cubierta por mantos de vegetación en los cráteres aún tibios de los "volcanes": nudos incompletos, nudos que se convierten en otros, nudos desconocidos y "nudos" arbóreos, ramificados hacia el futuro. En la zona de transmisión de nudos, donde habita la "tormenta" eléctrica, el encuentro de cada "joven" con su imagen es el principio de la cadena de complicación que agiliza el "complejo" de no transmisión. Después, están los obstáculos.




EPíLOGO: ESTAMOS EN BUENAS MANOS

En las mentes de todos suelen vaporizarse algunos sagrados conceptos como, por ejemplo, lo que hay que hacer con los demás. Por fortuna, terminales saludables de comprensión delimitadora introducen en el ambiente consignas y temas recurrentes que forman parte indisoluble de la tercera corteza práctica de la granada humana. Allí, en esa superficie plagada de hilillos prensiles, se ponen en marcha pequeños gatos mecánicos que trazan, incansables, los regueros de sueño social. De la granada, un resplandor sólido se alzará de inmediato alcanzando la corola de humos almizclados que provee los ocho fragmentos de anti-estupor estabilizados que conocemos como "tabla humanoide de perro", y que son los siguientes:
  • el jarabe, pues dilata todo lo que es violeta.
  • el juego de transmisores, ya que sin él, nunca se activa la palabra clave.
  • el escalpelo de plata, para prevenir el mal de miedo.
  • la bombilla de reflexión, que es un poderoso somnífero.
  • el símbolo invisible de lo equivalente, conocido también como "Aquél, el huidizo"
  • la cornucopia de ojo, o "rabillo perdurable".
  • el grano de maíz ajeno, que representa la venganza de nuestros hijos.
  • y el guante ceremonial de seis dedos, que permite esconder el vacío. VOB IRL T U CNA
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