La historiografía del arte de acción o performance suele remontar sus orígenes a las primeras vanguardias artísticas del siglo XX. En las veladas futuristas, además de "palabras en libertad" e instrumentos ruidistas, síntesis escénicas y coreografías mecánicas, ya se incorporan proyecciones lumínicas y cinematográficas. El denominado "performance art" tiene en todo caso una ascendencia más inmediata en los años 60, cuando se extienden los "happenings" y "events", los rituales y ceremoniales, la música y la poesía de acción, la danza del gesto común y corriente, la teatralidad que se contagia a las artes plásticas en general, las ideas de teatro intermedial o de medios mezclados, etc. Ristra de ideas e impulsos que se cruza y enreda con la atracción coetánea, y tan o más intensa, por "nuevos" medios y tecnologías —la novedad en el arte siempre acata la ley de relatividad—; del cine al vídeo, la TV, los medios sonoros, el ordenador, el láser… Y el "mediamix" que ya se deja intuir.
Dado que la performance es una guisa de arte de contornos más bien imprecisos —aunque con entrañas oportunamente documentadas—, también lo son sus lazos de unión con otros medios y disciplinas. Las jergas del arte han ido pues multiplicando sus formas contractas características: videoperformance, filmperformance y un etcétera que luego ha tendido a ser englobado mediante expresiones como mediaperformance o performance multimedia. Claudia Giannetti ha propuesto otra más, metaformance, que comporta un sugerente intercambio de prefijos (latinajos). "El lenguaje performático —dice— emplea el lenguaje mediático para trascenderse a sí mismo." Y lo que está en juego, lo que distinguiría a la performance tecnológica (por manejar aún otra expresión afín, si no sinónima por poco acertada que sea), reside en una diversa aceptación de los conflictos entre cuerpo y tecnología, identidad y alteridad, implicación y mediación, sujeto y robot, emotividad y prótesis…
En España, el arte de acción mantiene un relieve propio, que además puede decirse que es bastante accidentado debido al estatuto un tanto marginal que lo constriñe, constituyendo preponderantemente un recurso más, una faceta adicional en la que desenvolverse. El arte de acción ha adquirido precisamente un volumen bien notable a lo largo de los 90, pero no únicamente por un retorno neoconceptual, sino porque resulta de lo más adecuado ante una penuria crónica que coarta las expectativas de unas prácticas artísticas emergentes que a veces se tornan ligeramente insurgentes. Por tanto, fuera del uso más habitual del vídeo y otros medios de representación como prolongaciones convenientes para unas prácticas congénitamente efímeras, transeúntes, las injerencias más sustantivas en la región de la mediaperformance son contadas, aunque empiezan a constituir un renglón más firme y libre de pautas.